1990-1994
Los primeros síntomas.
Éstos comenzaron allá a principios de los 90, cuando rondaba los 40 años. Recuerdo unas primeras crisis, esporádicas, que se manifestaban de dos formas aparentemente distintas y sin relación: las primeras, con
dolores en las articulaciones y músculos de alguno de los brazos, principalmente en el hombro o la mano, con la apariencia de ser unas intensas agujetas o, caso de la mano, de una luxación tras haber pegado un
fuerte puñetazo sobre una mesa. Las segundas aparecían con dolores en la caja torácica, dolores sordos que se agudizaban de forma extrema con cualquier movimiento más o menos brusco y, en mayor medida, al
intentar toser. Esto último hacía pensar en alguna patología del árbol bronquial o los pulmones, como una bronquitis o traqueobronquitis aguda, si bien, el cuadro carecía de algo tan típico y fundamental en las
infecciones broncopulmonares como es la fiebre y la tos persistente.
Como estas primeras manifestaciones no se identificaban con las propias y características de un cuadro reumatoide, ni llevaban a sospechas ni se podía relacionar, por lo que el diagnóstico médico, basado en la
auscultación y los Rayos X, no quedaba claro. Naturalmente, ni los antibióticos ni los analgésicos tenían efecto alguno en la remisión del cuadro.
Una de las propiedades de la artritis reumatoide -que aunque no esté demostrado ni se especifique como tal por los especialistas del tema, yo quiero apuntar por haberlo advertido y sufrido con todo detalle-, es
la capacidad que tiene esta enfermedad de "copiar", literalmente, toda la sintomatología de otras diversas patologías. Así, recuerdo la noche que, tras haberme acostado perfectamente, me desperté a las cinco de
la madrugada con un dolor intensísimo en el dedo gordo del pie izquierdo. No me podía rozar ni el aire. El dedo gordo estaba inflamado en grado extremo, por lo que no había lugar a duda: aquello era un ataque de
gota. Al día siguiente, un análisis de sangre demostró que los niveles de ácido úrico estaban bastante por debajo de sus valores extremos, por lo que, a pesar de aquella apariencia, la gota había que descartarla.
Otra copia literal de la sintomatología de un cuadro conocido fue unos intensísimos dolores maxilofaciales que se identificaban plenamente con una neuralgia del trigémino. Los analgésicos, Fiorinal Codeína u
otros más potentes, me los tomaba de seis en seis sin apreciar ni el menor efecto. El dolor era terrible. Decidí ir al dentista imaginando que tanto dolor pudiera ser ocasionado por caries o picaduras múltiples
en las raíces de diversas piezas dentarias (si han sufrido dolor de muelas, éste era parecido pero multiplicado por mil). Las radiografías demostraron que no había tal, que la dentadura estaba perfectamente y que
no podía ser la causa del dolor. Conseguí que el odontólogo -ante mi estado- me recetara dos inyectables de un potente analgésico que me bebí en la misma farmacia, pues no podía ni llegar a casa.
Tras mis visitas a médicos y estomatólogos, sin encontrar otra cosa que un temporal y mínimo paliativo al terrible dolor (créanlo, me daba cabezazos contra las puertas), la noche del tercer día, mientras capeaba
mi forzado insomnio rebuscando algo que me sirviera entre mis libros de medicina, recordé algo que había leído de niño en una de mis revistas preferidas, el Selecciones del Reader's Digest. Recordaba que un
médico norteamericano afirmaba que la artritis reumatoide -tal como reseño más arriba- copiaba y se manifestaba en ocasiones como si se tratara de otras enfermedades... Sin pensarlo dos veces me puse a buscar
entre las diversas cajas de pomadas, jarabes, inyecciones y pastillas de todo tipo que todos guardamos en casa. Y allí estaba. Un antiinflamatorio. Ferpan. Sin dudarlo un instante -aunque sin ningún
convencimiento- me tomé dos cápsulas y volví a mi trabajo de investigación. Unos minutos más tarde, mientras intentaba encontrar algo en el estudio del metabolismo de las purinas, comencé a sentir que el dolor
parecía menguar o disiparse. No me lo creía, pero, mientras abría parsimoniosamente la cuarta o quinta cajetilla de tabaco de aquel día, me di cuenta que algo mágico, impensable, increíble, estaba sucediendo.
El dolor se había ido. Tiré el paquete de cigarrillos sobre la mesa, me levanté de un brinco y, casi llorando de alegría, me fui al dormitorio para despertar a mi mujer y contarle la buena nueva.
Al día siguiente, un sencillo análisis de sangre, con pruebas reumáticas -la prueba del látex-, decía, por fin, cuál era el origen de todas mis dolencias. Aquél "Positivo-Dos cruces" terminaba con varios años de
dolores y sufrimientos inexplicables. Naturalmente, lo único que había terminado era el prólogo de la historia. Ahora, ya en 1994, comenzaba la historia de verdad: La historia de un paciente aquejado de Artritis
Reumatoide.
En el próximo artículo les cuento la primera visita al especialista en Reumatología y todo cuanto aconteciera después.
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